A MI AMIGO, JOSÉ IGNACIO RIVAS MERINO D.E.P.
Jose y la Tanca
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José Ignacio Rivas Merino (por Sirio Sobrino Madejón)
Era también un “bichero”, como lo somos tantos de nosotros, y el gusanillo de la cetrería no sé muy bien por dónde le vino, pero un día me preguntó si podía venir conmigo y con el azor (la Vieja) a cazar, que él nunca lo había visto así en serio. Al domingo siguiente, sin más, nos fuimos a buscar la liebre a los Montes Torozos. La echamos al final de la tarde y el pájaro la voló muy bien, pero el agarre se produjo defectuoso, pues con una mano trabó de la pata trasera y el costado, y con la otra intentaba ir a la cabeza pero sin conseguirlo, de forma que la liebre sólo podía correr en círculos muy cerrados. Y allí estaba el Jose de pie, en el centro, procurando coger a la liebre, mientras ésta con el pájaro a la espalda daba vueltas a su alrededor. Hizo varios intentos hasta que la fatalidad le llevó a pisar las pihuelas. El pájaro se quedó clavado y la liebre se soltó de tirón, y ya no hubo más quehacer, sino consolar al Jose, que sólo le faltaba llorar. Al final me echó la culpa a mí por “llevar de caza a principiantes”. Así era el Rivas de cautivador.
Luego vivió su mejor época de cetrero y arrasó en el coto que tuvimos junto a la Esgueva. Él y la Belga se lo pasaron de miedo en aquel laderón plagado de conejos.
Consiguió, (lo decía con razón su padre), todo lo que quiso: Una esposa, Ana Martínez, guapa y trabajadora, unos hijos, Rubén y Raquel, obedientes y espontáneos, una casa preciosa hecha con sus propias manos y un trabajo en el Ayuntamiento, donde los mismos compañeros decían que lucía el uniforme como nadie.
Para quienes le conocimos, siempre fue la mano cordial que se estrecha con auténtico gusto, o el oído que precisas te escuche, y siempre tuvo la sonrisa dispuesta para todos. Cuando esta Nochebuena jugábamos en casa al “amigo invisible”, me acordé de él.
Su vida fue un regalo para quienes le tuvieron.
Hay un nido de azores en un gran chopo del valle de La Espina, muy cerca del Monasterio. Junto al árbol y bajo el nido, que él conocía desde la adolescencia, se esparcieron sus cenizas, y dicen los cetreros de la zona que este invierno han visto a los azores tomar desde allí el sol de la mañana. Debe ser un buen sitio.
Descansa en paz buen amigo.
Sirio Sobrino.
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